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Un grupo de empresas de alta tecnología ha transformado Cambridge. De una somnolienta ciudad universitaria en un centro de conocimientos competitivos a nivel mundial
Lizzy Davies31 MAY 2012 - 07:27 CET
Bajo las vigas de un establo del siglo XIII reconvertido, el asesor jefe Jonathan Oakley da un paso atrás para permitir la inspección de su trabajo de artesanía, decididamente vanguardista. Si supera las pruebas clínicas, la unidad que tiene junto a él podrá mantener de forma artificial un hígado transplantado hasta 24 horas, una hazaña que incluso el propio Oakley, con toda su experiencia, reconoce que ha sido "un enorme reto". Para Team Consulting, una pequeña empresa de diseño y desarrollo con sede en las profundidades de la campiña de Cambridge, el sistema es la prueba definitiva de que su negocio sigue adelante a pesar de la crisis que asola al resto del país. Es más, no solo es que siga adelante: Dan Flicos, director comercial de la empresa, dice que 2011 fue "el mejor año" de sus 26 de historia.
Como cualquier otra parte del Reino Unido, Cambridge no ha permanecido inmune a la recesión. Se han perdido numerosos puestos de trabajo en el sector público, el paro ha aumentado y algunas empresas pequeñas han tenido que cerrar. Sin embargo, mantenida a flote por un grupo de empresas de alta tecnología que, en los últimos años, han transformado Cambridge de una somnolienta ciudad universitaria en un centro de conocimientos competitivos a nivel mundial, la zona se ha mostrado muy resistente. Según el think-tank Centre for Cities (CfC), el sector privado creció en Cambridge un 2,4% entre 2009 y 2010, y, en marzo de este año, su tasa de perceptores de prestación de desempleo, un 1,9%, era la más baja del país.
"No somos inmunes. Nadie es inmune a algunos de los cambios que hemos presenciado", dice Alex Plant, director ejecutivo de economía, transporte y vivienda en el consejo del condado de Cambridgeshire. "Pero aquí, en general, la economía ha demostrado una resistencia extraordinaria".
Plant señala, junto a otros, el hecho de que la llamada "concentración de alta tecnología", con unas 1.400 empresas y 40.000 puestos de trabajo, no es una estructura monolítica, ni mucho menos, sino que agrupa numerosos sectores. Biotecnología, Tecnología de la Información y la Comunicación y un incipiente sector de las tecnologías limpias, son a su vez concentraciones que tienen gran poder económico respectivamente, en un mercado especializado que sigue siendo atractivo para las inversiones mundiales a pesar de la recesión. Su conexión significa que ningún sector se ve obligado a soportar la presión. "Esta variedad de grupos, todos ellos sólidos y todos ellos en ámbitos en los que Gran Bretaña tiene una buena posición y puede trabajar con eficacia en el escenario internacional, es seguramente la razón de su fuerza económica", dice Plant.
¿Cuáles son, entonces, las claves del llamado fenómeno de Cambridge? ¿Pueden aprender otras ciudades de su éxito? Charles Cotton, empresario infatigable, inversor y uno de los hombres más respetados en el polo de alta tecnología, puede explicarlo mejor que nadie. Llegó a Cambridge en 1983 para trabajar con el inventor Clive Sinclair y se ha quedado allí, trabajando en diversas cosas, desde entonces. Cotton explica que la Universidad de Cambridge --que, en muchos aspectos, constituye hoy el centro del polo tecnológico--, ha cambiado por completo de actitud respecto a los primeros tiempos. "En los primeros años, en 1960 y más adelante, la universidad daba la espalda al comercio y la industria y decía: ‘No queremos terminar como Oxford’", recuerda con un destello pícaro en los ojos.
La actitud empezó a cambiar en 1970, cuando Trinity College creó el Cambridge Science Park, que es hoy el mayor y más antiguo centro de Europa de investigación y desarrollo comercial. Y en estos tiempos, concebir posibilidades comerciales para la investigación académica "no solo se acepta sino que se estimula", dice Cotton, que hoy dirige Cambridge Enterprise, la organización dentro de la Universidad responsable de la derivación de actividades, las licencias y las consultorías. "No cabe duda", dice, "de que está convirtiéndose en una vía mucho más atractiva para los licenciados cuando salen de la universidad".
Una persona que encarna esta teoría es Billy Boyle, de 33 años, cofundador de Owlstone Nanotech. Antiguo investigador en la universidad, en 2004 dejó su doctorado "en espera" para sacar adelante una idea de negocio con otros dos licenciados. Ocho años después, los tres dirigen una empresa pequeña pero en pleno desarrollo que diseña microchips equipados para la detección química y ha obtenido inversiones por valor de 15 millones de dólares (casi 12 millones de euros). "Llegamos a Cambridge cada uno por su cuenta, porque no solo éramos unos ingenieros frikies sino que queríamos poner en marcha una empresa basada en la investigación", dice Boyle en su cuartel general de Science Park. «Y Cambridge era un lugar que ya tenía fama de hacer eso».
Claire Ruskin, consejera delegada de la importante organización Cambridge Network, dice que el papel desempeñado por empresarios conocidos como Cotton, David Cleevely y Hermann Hauser es una de las cosas fundamentales que diferencian la zona. "En vez de ganar millones y largarse a jugar al golf o a vivir en Mónaco, se quedan aquí", explica. "Se quedan en los centros intelectuales y dedican su tiempo a aconsejar, guiar y dar charlas".
Julian Huppert, el parlamentario liberal demócrata por Cambridge, fanático de las tecnologías y apodado por sus fans el "ministro de Twitter", está de acuerdo en que "la dimensión humana" del polo tecnológico es vital. "Lo que existe en Cambridge es un montón de personas capacitadas e interesadas que hacen cosas interesantes", dice. "Y una de las razones por las que Cambridge funciona es que es un lugar más bien pequeño. Es muy difícil reproducir esto en el resto del país, pero hay muchísimos pubs en los que seguro que se encuentra a gente que trabaja en la economía del conocimiento. Muchas de las ideas más interesantes... surgen en esos contactos informales: gente que se encuentra en el pub, en la calle, en una tienda". Los espacios comunes como en St John’s Innovation Centre, dice, son fundamentales.
Para las 45 personas que trabajan en Team Consulting, la legendaria calidad de vida de Cambridge es una de las grandes razones por las que quieren vivir aquí. Pero no es la única, en absoluto: de hecho, no pueden imaginar la sede de empresa en ningún otro lugar. "Creo que no funcionaría", dice Flicos, que habla de la "enorme reserva de talento" a la que tiene acceso la compañía. Además, dice su colega Neil Cooper, está la marca, el nombre, la prueba, por si hiciera falta, de que esta es una zona madura y floreciente. "Cuando hablas con un cliente y le dices ‘Somos una empresa de diseño y desarrollo con sede en Cambridge’, ya sabe qué esperar", explica. "No creo que sea igual si dices ‘estamos en Birmingham’ o ‘estamos en Essex’. En el escenario mundial, Cambridge tiene un nombre propio, y podemos aprovechar su fama".
Fuente: El País.
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