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‘Parásitos’, ensayo de Robert Levine, denuncia las maniobras de las empresas tecnológicas para socavar en su propio beneficio los derechos de autor en la Red
Iker Seisdedos Madrid 28 FEB 2013 - 21:18 CET
Las compañías que alojan o enlazan contenidos sujetos a derechos de autor son cómplices, según Robert Levine, del colapso de la industria cultural. / VICENS GIMÉNEZ
Robert Levine escribió Parásitos (Ariel) para rebatir el discurso de ejecutivos de compañías tecnológicas, influyentes blogueros y académicos, “el poderoso anarquismo de Silicon Valley” y demás defensores de la “cultura libre”. A sus teorías opuso un polémico y contundente ensayo periodístico, cuya conclusión es clara: si la industria agoniza no es a causa de la codicia trasnochada de Hollywood, de los medios de comunicación y de las multinacionales de música, incapaces de dar a una nueva generación de consumidores lo que quieren… gratis, sino porque esa agonía conviene a los oportunistas digitales. Los mismos que protagonizan el subtítulo: “Cómo los oportunistas digitales están destruyendo el negocio de la cultura”.
En su argumentario, Levine, que negó ayer durante una entrevista en Madrid que sea un “reaccionario que no entiende la Red” y recordó que durante años “incluso” trabajó en la muy tecnológica revista Wired, “Internet ha fortalecido a un nuevo grupo de intermediarios como YouTube, que se benefician de la distribución sin necesidad de invertir en los artistas”. “Parasitar se ha convertido en un camino a la riqueza”. Y el nuevo escenario acabará con la creación. Sobre todo, con la clase de actos creativos costosos y que legítimamente persiguen una recompensa económica.
Pero no solo con esos: “Dos cosas me impulsaron a emprender un trabajo de año y medio: por un lado, me di cuenta de que muchos creadores independientes, como fotógrafos y periodistas, estaban sufriendo por la gratuidad en la Red. Por el otro, me escamaron las justificaciones simplistas que se daban a lo que llegó después de Napster. La gente asumía que el error de la industria musical fue no permitir el acceso de sus contenidos en formato digital. Pero también que el gran fracaso de los periódicos fue que ofrecieron sus contenidos gratuitamente. Ambos están en los mismos problemas. Algo no cuadraba”.
El portal de vídeos, que celebra el contenido generado por el usuario en su “engañoso eslogan” (“retransmítete a ti mismo”), cuando desde el principio sus fundadores “sabían que las tres cuartas partes de su oferta estaba sujeta a derechos de autor”, es uno de los “parásitos” favoritos de Levine. Aunque el título español del ensayo no sea exactamente suyo; en inglés, la obra se llamó The free ride, que, según su autor, sirve para denominar “el lucro que uno obtiene por el trabajo de otro sin pagar nada a cambio”.
YouTube no es el único gigante cuestionado en Parásitos: Levine también disecciona las historias de éxito de su propietaria Google (y sus servicios de anuncios; el motor de búsqueda funciona “mejor cuando el contenido es gratuito y sin restricciones”), agregadores como The Huffington Post, y gigantes como Amazon o Apple.
Para Levine, “uno de los puntos de inflexión” llegó a finales de los noventa en EE UU con la Digital Millennium Copyright Act (ley de derechos de autor en el mundo digital) y su concepto del fair use (uso justo), según el cual “las compañías de Internet no son responsables del contenido pirata que albergan”. “Entonces cayeron en que la protección de los derechos de autor sería un obstáculo a su crecimiento. Y se dedicaron a crear un estado de opinión interesado al presentar el problema de la cultura en Internet como una pelea entre los medios tradicionales y los consumidores, cuando es una lucha entre las empresas tecnológicas y las de medios”.
Lo lograron, asegura Levine, “como se obtienen estas cosas en EE UU”: “ejerciendo presión como parte de un lobby organizado”, “labor que consiste, como dijo alguien en cierta ocasión, en hacer que tus propios intereses pasen por intereses generales”.
El libro se detiene en el caso de Lawrence Lessig, de la universidad de Stanford y en otro tiempo teórico del Creative Commons. “Su departamento, básicamente dedicado a defender los intereses de las empresas tecnológicas, recibió dos millones de dólares de Google dos semanas después de firmar el acuerdo para comprar YouTube. No creo que sea un corrupto, es más, creo que es un académico con brillantes ideas. Solo quiero aclarar que no solo presiona el lobby de la industria cultural”, explica Levine. El libro aporta más ejemplos de “activistas anticopyright financiados por la industria”.
Ciertamente, Parásitos resulta un muy documentado trabajo. Pese a lo cual, su autor no puede evitar en ocasiones el recurso a un cierto tono apocalíptico y, como suele suceder en ambos bandos de la batalla por los derechos de autor, mezcla datos reveladores con teorías cercanas a la conspiración y algún grueso análisis (“en Internet, las mascotas monas son las nuevas tías buenas”).
Levine negó ayer haber recibido por su trabajo más dinero que el estipulado por el contrato editorial. En el texto trata el asunto con escrúpulo; cuando llega el momento de hablar de la industria del libro y menciona Random House, apostilla: “es propietario de Double Day, el sello que me publica”. Para su edición en español ha contado con un apoyo de Ibercrea, que agrupa a cuatro entidades españolas de gestión de derechos de autor (AGEDI, AIE, CEDRO y SGAE). La organización, según afirmó ayer su editor Oriol Alcorta, ha pagado la traducción (labor de Ferran Caballero y Vicente Campos). Además, Levine recibió ayer el premio Ibercrea por el libro, que fue celebrado por The New York Times como “una obra que debería cambiar el debate sobre el futuro de la cultura”.
“Es mucho decir; aunque sí creo que se ha ganado en concienciación social sobre la protección de derechos de autor”, repuso ayer el periodista neoyorquino afincado en Berlín, antes de negar que tenga planes de actualizar su relato, abandonado a principios de 2011, cuando el futuro online se presentaba “como una elección entre el comercio o el caos”. Es decir, antes del cierre de Megaupload y de la detención de su fundador, Kim Dotcom, asuntos sobre los que Levine muestra la misma actitud convencida, aunque exenta de fanatismo, del libro: “Desde el punto de vista del copyright, creo que cometió muchos delitos. Si la pregunta es si estoy conforme con que fuese detenido en Nueva Zelanda y con la idea de que la de EE UU se erija en la policía de Internet, la respuesta es no”.
Fuente: El País.
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