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Controlar a los niños con GPS: ¿seguridad o pérdida de autonomía?

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Una madre acompaña a sus hijos al colegio. Bernardo Perez


  • Los sistemas de monitoreo infantil pueden provocar a los menores problemas en su desarrollo

Beatriz Guillén 22 FEB 2016 - 14:24 CET

Un nuevo modelo de rastreador GPS se ha presentado como la solución perfecta para los padres y madres preocupados por la ubicación exacta e inmediata de sus hijos. Este dispositivo de pequeño tamaño que el niño puede llevar en el bolsillo, en el cinturón o en la mochila permite localizarlo de forma instantánea y actualizada desde cualquier parte, esté donde esté (incluidos otros países). Usar el GPS para controlar no es algo nuevo, pero el atractivo de este modelo son las nuevas funciones. Los padres pueden crear un perímetro virtual alrededor de la casa familiar o del colegio para que cada vez que el niño entre o salga de esas zonas les llegue un aviso al móvil. También es posible poner una alerta de velocidad para que si el niño supera el límite establecido (pensado en caso de que monte en vehículos) el teléfono del progenitor emita una señal inmediatamente.

Estas actualizaciones, acompañadas de una reducción del precio del dispositivo (se puede encontrar por alrededor de 100 euros), han logrado que miles de padres europeos se lancen al monitoreo de sus hijos. Sin embargo, los expertos advierten de las consecuencias que una vigilancia excesiva puede tener en el desarrollo, la privacidad y la autonomía de los niños.


Estos rastreadores GPS permiten establecer perímetros de seguridad. Trax


En el momento en el que un menor es consciente de que está llevando un dispositivo de vigilancia —si el niño es muy pequeño puede no conocer el significado del GPS— se pueden producir dos efectos. "El primero es de rechazo: el niño puede no querer llevarlo para que no le controlen, como una forma de reivindicar su autonomía personal; el segundo es que se retrase la necesaria formación del juicio personal del niño. Hay un punto evolutivo en que el niño tiene que aprender a ponderar las situaciones de riesgo a las que se enfrenta", explica Charo Sádaba, profesora de la Universidad de Navarra, especializada en nuevas tecnologías y jóvenes.

Para esta experta, un dispositivo así sería como seguir manteniendo un invisible cordón umbilical con sus padres. Los niños pueden dejar de prestar determinada atención porque saben que sus padres los están cuidando. La firma francesa Weenect —que comercializa un dispositivo GPS por 99 euros— advierte a los padres en su web que el rastreador no exime al niño de ser prudente y añade: "Grandes poderes conllevan grandes responsabilidades".

Open Rights Group, una organización que se dedica a promover y preservar los derechos de los ciudadanos en la era digital, también insiste en el aspecto de que son los padres quienes deben enseñar al niño a valorar los riesgos y los peligros a los que se puedan enfrentar. "No hay tecnología capaz de mantener a los niños a salvo todo el tiempo. Estos dispositivos se pueden perder fácilmente o cualquier criminal serio podría quitárselo al niño", sostiene el director de comunicaciones de ese grupo, Pam Cowburn. La profesora Sádaba comparte el planteamiento: "Estos dispositivos GPS representan una utopía y dan una falsa percepción de seguridad total. No podemos controlar a nuestros hijos permanentemente por medios tecnológicos". 

"Los niños tienen derecho a tener vida privada"

El aspecto de la privacidad también es clave para reflexionar sobre el uso de estos dispositivos. "Los niños tienen derecho a tener vida privada. Necesitan poder crecer y desarrollarse sin la sensación de que están vigilados todo el tiempo. No debería volverse normal para un niño ser rastreado", afirma Cowburn.


Estas aplicaciones de GPS permiten visitar el recorrido que ha realizado el niño a lo largo del día. Weenect

En 2002, después del secuestro de las dos niñas británicas Holly Wells y Jessica Champan, un profesor de la Universidad de Reading (Inglaterra) desarrolló un implante subcutáneo que contenía un microchip que, a través de la red de telefonía móvil, enviaba señales a un ordenador para localizar al niño. El producto recibió cientos de peticiones de padres británicos, pero la polémica sobre la ética del dispositivo impidió que saliera al mercado por cuestiones como la pérdida de intimidad del niño o el tipo de datos que incluyen estos chips.

"Esta información está exclusivamente dirigida a los padres, pero se transfiere a la red. También hay que preguntarse en qué medida puede ser sensible a la captación", comenta Sádaba. La compañía sueca Trax, que distribuye su rastreador GPS por 220 euros, asegura que su idea de producto se distancia de la perspectiva de espionaje y vigilancia. "Creamos Trax porque queríamos dar a los padres una mayor tranquilidad y darle una ayuda extra para cuando su hijo desaparece como por arte de magia y necesitan localizarlo muy rápido".

El tercer aspecto en lo que influye este dispositivo GPS es en la autonomía del niño. "Aquí interfieren dos fuerzas simultáneas. Por un lado, estos GPS pueden ser una herramienta muy útil si incentivan la autonomía del niño para dejarle explorar más camino o zonas nuevas; pero, al mismo tiempo, se trata de una falsa autonomía porque hay una cadena invisible en la que sigues vigilando”, argumenta Charo Sádaba.

El profesor de psicología evolutiva y de la educación de la Universidad Autónoma de Madrid, David Poveda, considera que este tipo de GPS puede servir para empezar a enseñar autonomía y que los niños comprendan el recorrido qué hacen y los riesgos a los que se enfrentan. "Si se utiliza bien, el GPS puede ser necesario al principio y terminar siendo innecesario porque el niño ya pueda hacer el camino sin riesgo. Puede ser una forma de ampliar los espacios y las trayectorias de los niños".

Uno de los casos concretos en los que este GPS puede ser útil, según la profesora Sádaba, es un evento multitudinario como una feria o un festival de música. "Llevar a tu hijo a un evento así implica una confianza y una autonomía, al mismo tiempo, es necesario y útil saber dónde está en todo momento. Pero es con un objetivo, un uso acotado, porque tampoco podemos volver la espalda al avance tecnológico”.

FUENTE: El País. 

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  • Las calles se muestran en colores verde, rojo o amarillo, según la rapidez de la ruta

Rosa Jiménez Cano Madrid 26 JUL 2013 - 12:51 CET

 

Además de mapas son guías de consejos. Google ha tardado dos meses en que los nuevos mapas estén al alcance de todos. La nueva versión ha salido casi a la vez para Android y para iPhone, la más esperada después del fiasco de los mapas de Apple. En el caso del iPad el programa se distingue por estar pensado para usarse en horizontal. Con un atril en el salpicadero podría hacer perfectamente de GPS.

La primera sensación es que el programa es mucho más claro, ágil y visual, pero con una limitación, se ha eliminado una de las opciones más prácticas. Ya no se puede usar Google Maps si se carece de conexión.

Las rutas pueden realizarse andando, en transporte público o en coche particular, como antes, solo con Android se puede seguir el trazado más adecuado para ir en bicicleta. Aunque en ambos casos hay una capa para los amigos de los pedales. En ambos casos desaparecen bordes y controles de menú para que prime el mapa. Casi toda la superficie es para ello.

La capa dedicada a la información del tráfico es la más novedosa. Aparecen las calles en tres colores: verde, amarillo y rojo, según la fluidez que tenga en tiempo real. Lo lógico será que en cuanto consigan incluir los datos de Waze, su última adquisición, la experiencia sea todavía más rica. Por lo demás, se mantiene la visión del lugar en versión relieve y desde los satélites.

A medida que se usa la aplicación, mejora. Va reconociendo y memorizando lugares habituales del usuario, como el lugar del trabajo o el domicilio. Después sabe cuáles son las rutas preferidas para así dirigir al conductor por dónde se siente más seguro. Incluye búsqueda por voz. Si el lugar es conocido ya, el resultado es inmediato.

Aunque es pronto para decirlo, Google podría estar ya incorporando tecnología de Waze, empresa israelí que adquiró el pasado mes por unos 1.300 millones de dólares. Waze se especializa en incorporar datos del tráfico en función de los datos que proporcionan los mismos conductores, bien sobre atascos, bien sobre accidentes y obras.

Google Maps gustará a aquellos que se sienten cómodos en el universo Google, son prácticos y quieren ahorrar tiempo, pero no es un programa apto para paranoicos. Entre otras cosas porque guarda el historial de búsquedas.

En el aspecto comercial recuerda a FourSquare, una aplicación para descubrir los lugares de interés de amigos y si están ahora mismo en algún lugar. Al igual que sucede en este programa, no hace falta buscar una dirección para saber llegar, sino que sugiere lugares basándose en el conocimiento que ya ha adquirido del usuario. Se puede escoger entre restaurantes, bares, cines, monumentos, eventos culturales, solo que los llaman “comer", "beber" (que abarca desde cafés a pubs), "dormir", "comprar" y "dormir”. No se conforman con lo habitual, sino que van más allá con categorías como hospitales, aparcamientos, estaciones de servicio o cajeros automáticos.

Una vez que se escoge alguno de estos comercios el despliegue de fotos es notable. Se accede al teléfono del lugar con horario de apertura, servicios que ofrece, lo más popular entre los consumidores...

La adquisición de Zagat, guía gastronómica líder en EEUU, les ha servido para incluir, como ya pasa en Google +, las reseñas de los que han utilizado ya ese servicio. Para seguir la moda (y satisfacer a los que no leen demasiado) incluyen la calificación con estrellas.

Y si algo sale mal, no nos gusta o está roto, como en las viejas máquinas de pinball, hay que agitar el móvil. Así se entra al formulario para hacer sugerencias y correcciones sobre la información mostrada por Google.

La nueva versión de Google Maps llega en un sector donde cada vez existe mayor competencia, por los servicios de valor añadido que acarrean. Si se tiene el lugar del usuario, el comercio puede ofrecer al instante ofertas adaptadas al momento.

Fuente: El País.

Investigadores españoles desarrollan una importante mejora en el sistema GPS

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ELMUNDO.es | Madrid

Una importante mejora en el posicionamiento que ofrecen los GPS convencionales, nada menos que del 90%, tiene su origen y desarrollo en Madrid.

Investigadores de la Universidad Carlos III (UC3M) han creado un sistema que mejora la precisión de los dispositivos GPS comerciales y, además, este sistema "puede integrarse a un coste muy reducido en cualquier vehículo", asegura en una nota.



El prototipo, que han presentado los los grupos de Inteligencia Artificial Aplicada (GIAA) y el Laboratorio de Sistemas Inteligentes (LSI) de la UC3M, integra la señal de un GPS convencional con las de otros sensores -tres acelerómetros y tres giróscopos, para medir los cambios en la velocidad y maniobras que realiza el vehículo- para reducir el margen de error en la ubicación.

Después, todo se conecta a un ordenador que posee una aplicación encargada de fusionar los datos y corregir el error en las coordenadas geográficas.

El margen de error de un GPS comercial como los que se utilizan en los coches es de unos 15 metros en campo abierto, pero en entornos urbanos puede desviarse unos 50 metros, a lo que se añaden otos problemas como la pérdida de conexión con los satélites en los túneles. Con el nuevo prototipo se ha logrado asegurar un posicionamiento del vehículo entre 1 y 2 metros en entornos urbanos.

"Hemos conseguido mejorar el posicionamiento de un vehículo en casos críticos entre un 50% y un 90%, dependiendo del grado de degradación de las señales y el tiempo que afecta la degradación al receptor GPS", indica David Martín, investigador del LSI.

Los planes de este grupo de investigadores, formado por Enrique David Martí, David Martin, Jesús García, Arturo de la Escalera, José Manuel Molina y José María Armingol, pasan por estudiar el desarrollo de un sistema que aproveche los sensores integrados en los 'smartphones'.

Fuente: El Mundo.