Ciudades inteligentes: la clave NO está en la tecnología

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Smart cities

  • Los avances son importantes, pero la revolución de las urbes debe centrarse en humanizarlas

El internet de las cosas (IoT) ha alumbrado un nuevo concepto de urbanismo. Las ciudades inteligentes se apoyan en las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) para que todo funcione de forma más eficiente y ordenada. Sin embargo, empiezan a surgir voces que niegan que el componente digital sea el centro de esta revolución.

“La fiebre tecnológica roza el absurdo en algunos casos. A menudo los congresos de ciudades inteligentes son un mercado de tecnología precocinada”, sostiene Luis Alonso, arquitecto e investigador en el laboratorio Media Lab del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) de Estados Unidos. Alonso asegura que cada ciudad es diferente y que para hacer innovación no siempre es necesaria la tecnología. En su grupo, Changing Places, no les gustan las etiquetas inteligentes, sostenibles, digitales o verdes. “Son términos muy quemados y limitados a una fracción de lo que debería ser la ciudad”.

La clave que rige el trabajo de Changing Places es el desarrollo de urbes “más humanas, habitables y sostenibles para las personas, que tengan un alto rendimiento y un entorno vibrante”. Con esto último, Alonso se refiere a que permitan que se genere emprendimiento, “entendido no solo como algo empresarial sino como una actitud de las personas que se encuentran e intercambian ideas e intereses y desarrollan acciones o colaboraciones conjuntas”, apunta.

El valor de las personas

Tampoco Pilar Conesa, fundadora de la consultora anteverti, cree que la base de todo sea la tecnología. La comisaria del congreso Smart City Expo World Congress y anterior directora de Innovación del Ayuntamiento de Barcelona habla de un enfoque integral “muy orientado a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos para dar respuesta a los retos globales”. Entre estos: el aumento de la población y la concentración, la polución, la escasez de recursos, la gestión del agua o la eficiencia energética.

Pero las ciudades inteligentes tienen más desafíos. La Fundación Telefónica habla en el libro Las ciudades del futuro: inteligentes, digitales y sostenibles de la polarización del crecimiento económico generador de desigualdad, el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero, una disminución de los presupuestos públicos y los diferentes modelos urbanos, de gobierno y tamaños de las ciudades.

La pregunta del millón es cómo hacer frente a estos retos de forma económicamente sostenible, potenciando el desarrollo económico y poniendo al ciudadano en el centro. Conesa cree que es necesario un cambio de cultura y aboga por el uso de la tecnología “como elemento de innovación y acelerador del proceso”. “La inteligencia de las ciudades está en las personas y la tecnología nos ayuda a ponerla a su disposición. Se trata de que los ciudadanos participen en el funcionamiento de las urbes y en las decisiones que afectan a sus barrios, más allá de votar cada cuatro años”, explica. La experta lamenta que en esto “hemos avanzado menos de lo que preveíamos hace cinco años, porque cuesta implementar estos procesos”. Aboga por combinar la participación digital con la presencial y trabajar en ambos ámbitos.

Recuperación de la escala humana

Alonso defiende la necesidad de devolver la escala humana a las urbes, en términos de distancias, movilidad o diseño. “La destrucción de la escala humana en la ciudad comenzó en el siglo XIX con la lucha entre Rockefeller y Cornelius Vanderbilt. El primero quería ser el más rico y decidió financiar a Ford para hacer los coches accesibles a la masa. Esto se convirtió en el sueño americano y la ciudad pasó a tener una escala de coche”, comenta.

También cita otro producto tecnológico que, en su opinión, ha mermado sensiblemente la innovación en las ciudades: el ascensor. “En ciudades como París se innovaba de forma natural porque vivían en una sociedad estratificada donde convivían y confluían en un mismo edificio los comerciantes, los artistas, los señores... El ascensor eliminó esta interacción y comenzaron a generarse guetos de gente rica y de gente pobre. Eso, sumado a la llegada del automóvil privado, hizo que las ciudades se empezasen a expandir como manchas de aceite”, explica.

Andorra, un laboratorio vivo

Alonso habla de la oportunidad que supone internet “para volver a pensar en el ser humano”. “Volver a la escala humana tiene mucho más sentido ahora, ya que podemos trabajar desde casa”, asegura. Alonso trata de trasladar esta idea al proyecto que dirige actualmente: Andorra Living Lab. Él mismo lo define como “un laboratorio donde se juntan Gobierno, universidad, empresa e industria”. Una triple hélice, de la mano de los sectores de telecomunicaciones y energético, a la que se han sumado cientos de comercios y ayuntamientos. “Se está generando una masa crítica donde la ciudad y los ciudadanos se están empoderando”, sostiene.

¿Cuál es el plan? “Andorra es un país sostenido por el turismo que se ha planteado algo que no hemos sabido ver en España: invertir en ellos mismos. Es decir, apostar por la innovación y las personas”, afirma el investigador. Con ese propósito ha creado un grupo de investigación dedicado a transferir el conocimiento del MIT para entender mejor el país, generar el turismo del siglo XXI y, al tiempo, convertirse en lugar de destino donde probar la innovación, convirtiendo al país en una especie de laboratorio de ciencia. Por ejemplo, hay empresas de vehículos autónomos interesadas en probarlos allí por su normativa. “Su legislación es más flexible y hay disposición a adaptarla para permitir la innovación, manteniendo siempre todos los estándares de seguridad”, señala Alonso.

Como proyectos concretos destacan iniciativas para mejorar el tráfico o la gestión de recursos energéticos. Por una parte, desarrollan una aplicación que identifica los patrones de comportamiento de los turistas para hacerles sugerencias de entretenimiento en base a sus gustos en horas pico y así reducir el número de vehículos en la carretera. “Si el 40% de los turistas siguiese las sugerencias de la app, se podría reducir la congestión de una hora a 15 minutos”, afirma el investigador.

Por otra parte, han desarrollado con una compañía de energía una herramienta que correlaciona los datos de turismo con el consumo eléctrico. “El impacto del turismo en el país es muy grande y Andorra solo produce el 10% de su energía. El resto se lo compra a España y Francia. Lo que hace esta herramienta es ayudar a adquirir esa energía de forma más eficiente y precisa”.

Conesa, como Alonso, cree que también hay que mirar atrás y volver a integrar los sistemas urbanos que confluyen en la calle para una mejor planificación. “Actualmente la gestión de las ciudades está dividida en departamentos: movilidad, gestión de residuos, mobiliario y urbano, y necesitamos compartir la información de todos ellos para optimizar procesos”, comenta. Esta visión transversal es, en su opinión, un elemento diferenciador, que requiere de una política de datos abiertos.

Por su visión integral como ciudad inteligente, Conesa señala a Barcelona “como referente internacional”. Destaca su abordaje en la gestión de servicios de forma integrada y facilitando la participación. También subraya aspectos más técnicos como un amplio despliegue del wifi público o proyectos piloto. Entre ellos cita una iniciativa de seguimiento los residuos urbanos para decidir dónde enviar camiones según si están llenos o vacíos los contenedores y para concienciar a los ciudadanos del recorrido de su basura y la cantidad de toneladas que se genera.

Conesa también sitúa en el mapa de ciudades punta de lanza a Santander y a Sant Cugat del Vallès, “que han puesto mucho foco en la sensorización de la ciudad para mejorar el transporte o sistemas de riego inteligente, y recogen datos para una mejor gestión”. En Sant Cugat, según la experta, esto se ha traducido en ahorros de más del 30% en agua y energía. Otras ciudades que menciona la experta son Hospitalet de Llobregat y Málaga, la primera por su abordaje de integración social mediante la tecnología y la segunda por iniciativas para la gestión inteligente de energía, entre otras.

“Un elemento a destacar es que hay una preocupación global en España en ciudades medianas y pequeñas de cómo mejorar sus servicios, sobre todo impulsadas por la creación de la Red Española de Ciudades Inteligentes (RECI)”, comenta Conesa. Desde su punto de vista, no es adecuado hablar de si una ciudad es o no inteligente en términos absolutos. “No hay blancos y negros", concluye. "Es un proceso en construcción donde lo que importa, más que el destino, es cómo se recorre el camino”.

FUENTE: Esther Paniagua. El País.

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