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Jueces, economistas y directivos consideran que las patentes de programas informáticos se utilizan ahora como armas destructivas
CHARLES DUHIGG y STEVE LOHR (NYT) Nueva York 17 OCT 2012 - 11:41 CET
En 2006, Michael Phillips ayudó a fundar Vlingo, una empresa de reconocimiento de voz. Con el tiempo, Apple, Google y otras empresas le propusieron asociarse. La tecnología de Phillips fue integrada incluso en el propio Siri antes de que el asistente digital fuese absorbido por el iPhone.
Pero en 2008, Nuance, una compañía de reconocimiento de voz mucho más grande, llamó a Vlingo. Cuando los fundadores de la empresa de Phillips se negaron a vender a su rival de mayor envergadura, fueron denunciados seis veces por violación de patentes. Poco después, Apple y Google dejaron de atender sus llamadas. La empresa creadora de Siri cambió la asociación con Phillips por Nuance.
Si bien Vlingo ganó el único caso de patentes que llegó a los tribunales, los costes legales, que ascendieron a tres millones de dólares, obligaron a sus fundadores a vender a Nuance después de todo. “Estábamos a punto de cambiar el mundo cuando nos vimos hundidos en este fango legal”, se lamenta Phillips.
Vlingo es una de las miles de firmas estadounidenses atrapadas en un sistema de patentes de programas informáticos que jueces, economistas y directivos consideran tan imperfecto que a menudo obstaculiza la innovación. Según ellos, las patentes de programas informáticos se utilizan ahora como armas destructivas.
Los gigantes de la tecnología también han librado batallas entre ellas. En los dos últimos años, el sector de los teléfonos inteligentes ha gastado 20.000 millones de dólares en litigios y compras de patentes, una cantidad equivalente a ocho misiones de una sonda en Marte. El año pasado, el gasto de Apple y Google en pleitos y adquisiones de patentes superó el coste de la investigación y el desarrollo de nuevos productos.
Las patentes tienen una importancia vital para proteger la propiedad intelectual. Pero muchos creen que las leyes estadounidenses, destinadas a un mundo mecánico, son inadecuadas para el mercado digital de la actualidad.
Las patentes de programas informáticos otorgan a menudo la propiedad de conceptos en lugar de creaciones tangibles. Algunas son tan genéricas que permiten a sus propietarios reclamar la propiedad de productos aparentemente no relacionados que han creado otros. Con frecuencia, las empresas son demandadas por infringir patentes cuya existencia desconocían. Según Richard A. Posner, un juez federal de apelaciones que participó en la redacción de la ley de patentes, “los criterios para conceder patentes son demasiado difusos”.
Jobs: “Vamos a patentarlo todo”
En las constantes batallas de patentes, el actor más importante es Apple. Cuando salió el nuevo iPhone, Steven Jobs, el consejero delegado de la empresa ya fallecido, declaró en una reunión: “Vamos a patentarlo todo”, según un exdirectivo. “Su propuesta era que, si alguien en Apple imaginaba algo, debíamos solicitar una patente, porque, aunque nunca llegáramos a fabricarlo, es una herramienta de defensa”, señala Nancy R. Heinen, jefa del departamento jurídico de Apple hasta 2006.
En agosto, la empresa ganó un caso por valor de 1.000 millones de dólares por violación de patentes contra Samsung en California. Exempleados de Apple aseguran que los altos cargos tomaron la decisión de utilizar las patentes como elemento de fuerza contra la competencia del iPhone, la mayor fuente de ingresos de la empresa.
HTC, Samsung, Motorola y otros también han presentado numerosas demandas relacionadas con patentes, a fin de reclamar la propiedad de tecnologías que han transformado el mercado.
En una conferencia tecnológica celebrada este año, Tim Cook, consejero delegado de Apple, afirmaba que las batallas por las patentes se han “vuelto irracionales”.
En la última década, el número de solicitudes de patentes presentadas por Apple cada año se ha multiplicado casi por 10, y en total ha obtenido más de 4.000, según la empresa de análisis de patentes M-CAM. Google ha conseguido 2.700 desde 2000, y Microsoft, 21.000.
A medida que han crecido las carteras de patentes, también lo han hecho las presiones para utilizarlas contra la competencia. En marzo de 2010, Apple demandó a HTC, fabricante taiwanés de teléfonos inteligentes y socio de Google. Apple no habló con HTC antes de presentar la denuncia. Las negociaciones no formaban parte de la estrategia, según un exdirectivo. “Google era el enemigo, el objetivo real”, explica.
Esta ha sido una de las siete demandas importantes relacionadas con teléfonos inteligentes y patentes que Apple ha iniciado desde 2006. Todas ellas se han centrado en HTC y Samsung, ambos socios de Google. Apple también ha interpuesto contrademandas contra Nokia y Motorola Mobility, que ahora es propiedad de Google.
Asimismo, la empresa ha solicitado dos sentencias declarativas para que los tribunales determinen la procedencia y validez de varias patentes. En el mismo periodo, la propia Apple ha sido demandada en 135 ocasiones.
Las patentes de programas informáticos y algunos productos electrónicos, en particular los teléfonos inteligentes, se han convertido en algo tan problemático que contribuyen al denominado impuesto sobre patentes que incrementa los costes de investigación y desarrollo de las empresas hasta en un 20%, según un estudio realizado el año pasado por dos profesores de la Universidad de Boston.
En opinión de políticos y académicos, una de las consecuencias de todos estos litigios es que las disputas por patentes están ahogando la cultura de las nuevas empresas. En palabras de Heinen, “cuando los abogados especializados en patentes se convierten en estrellas del rock, es mala señal”.
La solicitud fallida
La solicitud de Apple que acabó convirtiéndose en la patente 8.086.604 llegó por primera vez a la mesa de la Oficina de Patentes y Marcas de Estados Unidos un día de invierno de 2004. En los dos años siguientes, un reducido grupo de funcionarios pasó unas 23 horas estudiando las 36 páginas antes de recomendar que fuera rechazada. A lo largo de cinco años, Apple modificó y envió la solicitud ocho veces, y todas ellas fue rechazada.
Hasta el año pasado. A la décima intentona, Apple obtuvo la aprobación de la patente 8.086.604. Hoy se la conoce como la patente de Siri, porque está considerada uno de los ejes de la estrategia de Apple para proteger sus tecnologías destinadas a teléfonos inteligentes.
En febrero, la empresa usó esta nueva patente en el largo litigio contra Samsung que podría reordenar radicalmente el negocio de los teléfonos inteligentes, valorado en 200.000 millones de dólares, concediendo a Apple la propiedad de tecnologías ahora corrientes, según los expertos.
La historia de la patente 8.086.604 “demuestra que hay muchos errores en el proceso”, afirma Arti K. Rai, experto en propiedad intelectual de la Facultad de Derecho de la Universidad de Duke en Durham, Carolina del Norte.
La oficina de patentes tiene fama de tramitar en exceso, de carecer de trabajadores suficientes y de verse afectada por los movimientos de personal. Los empleados reconocen que parte de su labor es subjetiva.
Alrededor de un 70% de las solicitudes de patentes acaban siendo aprobadas una vez que el aspirante ha alterado algunos capítulos, jugado con el lenguaje o agotado a los evaluadores. “Apple tiene otra cabeza nuclear en su arsenal, pero en este caso no hay ningún invento importante”, señala David J. Pratt, presidente de M-CAM, la empresa de análisis de patentes que valoró la solicitud para The New York Times.
En busca de la solución
A algunos expertos les preocupa que las patentes generales de Apple puedan otorgar a la empresa control sobre unas tecnologías que han sido desarrolladas de forma independiente en docenas de compañías. “Apple podría monopolizar el sector de los teléfonos inteligentes”, advierte Tim O’Reilly, editor de guías de ordenador. “Una patente es un monopolio aprobado por el Gobierno y deberíamos ser cautelosos a la hora de concederlas”.
Desde que su sistema de patentes fuera supervisado por Thomas Jefferson, Estados Unidos ha concedido la propiedad de una innovación a quien creara el primer prototipo, una política conocida como “el primero en inventar”. Según la Ley de Inventos, aprobada el año pasado, se otorgará la propiedad a quien envíe la primera solicitud, o “al primero en presentarla”.
El cambio, dicen los inventores, complica la vida a los pequeños empresarios. Las grandes empresas con batallones de abogados pueden presentar miles de solicitudes de patentes preventivas en sectores en ciernes. Las nuevas empresas, que carecen de recursos similares, serán presa fácil.
Otros dicen que el sistema funciona. “La propiedad intelectual es una propiedad, igual que una casa, y sus titulares merecen protección”, señala Jay P. Kesan, catedrático de derecho en la Universidad de Illinois. “Tenemos una normativa vigente, y está mejorando”.
Fuente: El País.
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