¿Perdemos libertad en internet?

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  • «Cuando accedemos a un determinado servicio en internet aceptamos los términos y condiciones que nos impone la empresa oferente y que en la mayoría de los casos vienen a significar que puede hacer de todo con nuestros datos generados», reflexiona el autor  

David Fernández, abogado especialista en ética y filosofía de la robótica e Inteligencia Artificial

La respuesta rápida debe ser parcialmente positiva. La Red está regulada por normas legales del derecho común y del derecho específico que intentan armonizar la convivencia y la actividad digital. Pero no son estas leyes las que coartan la plena libertad del individuo digital.

Los límites a la libertad se encuentran actualmente en el marco extranormativo. Son esas normas que imponen las empresas o las que fuerzan, mediante una censura más o menos visible, las diferentes presiones para defender lo «políticamente correcto». Es necesario añadir además la vigilancia, en ascenso geométrico, a la que estamos sometidos en cuanto encendemos un dispositivo conectado (e incluso sin encenderlo) y que coarta nuestra intimidad.

Cuando accedemos a un determinado servicio en internet aceptamos los términos y condiciones que nos impone la empresa oferente y que en la mayoría de los casos vienen a significar que puede hacer de todo con nuestros datos generados: borrarlos, modificarlos, compartirlos o utilizarlos para sus variados intereses. Hemos visto a menudo la censura que se aplica en las redes sociales y que entra en colisión con la plena libertad de expresión.

Libertad que debería poder ejercerse siempre que no choque con derechos de terceros. Pero ese posible choque es decidido por las propias empresas según sus criterios subjetivos. Borja Adsuara. Abogado y experto en estrategia digital, hacía hincapié durante el Congreso de ENATIC del pasado 27 de enero, en la excesiva observación y control sobre el usuario que choca habitualmente con su libertad de movimientos y de expresión de ideas.

Pero incluso esas acciones de funcionamiento de un determinado servicio digital están sometidas al escrutinio legal si sobrepasan de forma grave los límites permitidos. Sin embargo, existen coacciones a la libertad por censuras invisibles que responden lo políticamente correcto. Los diferentes grupos y tribus de la Red son cada vez más activos en defensa de sus ideologías, tendencias y derechos, y cada vez más, luchan con más ahínco contra los que opinan y critican en contrario.

De esta forma, se pueden llegar a formar auténticos linchamientos digitales contra el que expresa su propio criterio. La consecuencia es la autocensura por miedo a esa lapidación pública. Se impone el pensamiento único, el correcto o el neutral. Es cierto que la libertad de expresión se confunde muchas veces con el derecho al insulto, a la vejación e incluso al acoso. El supuesto -pero poco real- anonimato e impunidad otorga apariencia de derecho a cualquier acción, insulto o abuso, sin tener en cuenta que la Red es parte de la vida real, y que lo está prohibido (y no haríamos) en la calle, no debe ejecutarse en internet.

La pérdida de intimidad como limitación a la libertad digital El tercer obstáculo a la libertad, después de la censura de los prestadores de servicios y la autocensura por miedo, es la vigilancia tecnológica a la que somos sometidos. Nuestras compras, filias y fobias, movimientos, actividades y relaciones, son escrutadas y almacenadas para crear perfiles comerciales, personales y de seguridad. No pensemos de forma única en las empresas privadas: el propio Estado es un recopilador de datos de sus ciudadanos. Tampoco obviemos el acceso a nuestros datos de forma ilegal.

Ofelia Tejerina, abogada de la Asociación de Internautas, señalaba en mismo Congreso de ENATIC la creciente importancia que está adquiriendo la llamada observación del comportamiento. Esta recopilación de datos para predecir nuestras próximas acciones limita nuestra elección, y especialmente nuestra privacidad. Datos y perfiles que podrán ser utilizados en el futuro para, por ejemplo, poder contratar un seguro, comprar un coche o viajar a un determinado país.

El usuario medio de la Red no es consciente de todas las limitaciones, recopilación de datos y observaciones a las que es expuesto. La libertad, para disfrutarla, requiere de información y consciencia de los límites a los que se enfrenta. No solo hablamos de los límites presentes, sino también de las consecuencias de nuestros actos digitales para el futuro.

Y las preocupaciones y alertas para ese futuro pueden agrandarse, porque la tecnología avanza. En la actualidad no podemos predecir cómo los algoritmos y la inteligencia artificial serán capaces de gestionar de forma ética y positiva nuestros datos y comportamientos en la Red. La capacidad será cuasi-infinita, esperemos que para bien.

FUENTE. ABC

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