El 84% de los menores
leen en su tiempo libre. Es el sector más lector. / Getty Images
En
un anuncio televisivo actualmente en emisión, dos niños dibujan a
sus familias. Uno de ellos dibuja a papá, mamá y a sus hermanos,
todos con un móvil pegado a la oreja. Lo que el spot quiere
transmitir es una oferta con acceso ilimitado al móvil. ¡Usad el
móvil todo lo que queráis! ¡Correo electrónico, vídeos,
Facebook, Instagram, WhatsApp!
Pasamos muchas horas pegados a
una pantalla. Por trabajo, pero cada vez más por placer, porque es
útil para comunicarnos, nuestra prioridad. Comprobar si hemos
recibido un nuevo mensaje electrónico (cosa que solemos hacer varias
veces al día, obsesión recientemente bautizada como infobesidad),
mantener varias conversaciones en grupo por
WhatsApp, consultar
confesiones y noticias a través de
Facebook, Twitter y otras redes
sociales… Y lo hacemos en todo momento: mientras vemos la
televisión, comemos o incluso en plena obra de teatro (algunos
teatros optan, en ocasiones, por permitir el uso del móvil durante
la función para que compartan lo que ven en redes sociales).
Todos
(o la mayoría)
hemos
caído víctimas del influjo digital. Los menores también. En
Estados Unidos y Alemania, los adolescentes pasan siete horas y media
diarias usando medios digitales.
Algunos autores han alertado
sobre los efectos que estos procesos tienen en la mente. Lo hizo
Nicholas Carr, quien decidió abandonar la vida ultrainformada y se
mudó a las montañas de Colorado, donde no había telefonía móvil
e Internet llegaba mal, con su obra Superficiales: ¿Qué está
haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus, 2011). Y también
Manfred Spitzer, director de la Clínica Psiquiátrica Universitaria
de Ulm y del Centro de Transferencia de Conocimientos para las
Neuronas y el Aprendizaje, con Demencia Digit@l. El primero resumía
así los efectos de Internet en sí mismo: “Pierdo el sosiego y el
hilo, empiezo a pensar qué otra cosa hacer. Me siento como si
estuviese siempre arrastrando mi cerebro descentrado de vuelta al
texto. La lectura profunda que solía venir naturalmente se ha
convertido en un esfuerzo”. ¿Le está pasando eso a más gente?
¿Le cuesta zambullirse en un libro o ha dejado de hacerlo por
comprobar sus mensajes en Facebook?
Spitzer, por su parte,
escribe lo siguiente en su libro (editado en español por Ediciones
B): “La afirmación de que la competencia en las nuevas tecnologías
tenga una correspondiente repercusión positiva no ha sido demostrada
en absoluto por el momento. Es estúpido también que justamente la
neurociencia sospeche antes bien lo contrario. Y es que algunos
estudios demuestran que el cerebro crece justo allí donde se
utiliza. Y el enunciado al revés es también válido. Si no se
utiliza el cerebro, entonces se atrofia”. A
Spitzer le preocupa
cómo afecta el aumento de la tecnología en el cerebro de los niños.
Su opinión es que tener más acceso a estas pantallas no les viene
bien: “La utilización de ordenadores en edades muy tempranas en la
guardería puede motivar trastornos de la atención, y a una edad
posterior, todavía en edad preescolar, puede conducir a trastornos
de la lectura”.
Fuente: Federación de gremios de editores de España / EL
PAÍS
Desde la Federación de Editores de España, sin
embargo, no creen que los menores lean menos. “Frente al tópico
generalizado, es el sector más lector”, dice
Antonio María Ávila,
secretario de la federación, cuyo Anuario 2012 concluye que el 84,6%
de los menores lee en su tiempo libre. “Y es lógico, están
escolarizados al 100%. Pero hay dos tipos de lectura, una práctica y
otra más reposada. Lo que sucede al leer digitalmente, a través de
una tableta o del ordenador, es que uno siente más la necesidad de
comentar lo que lee con todo el que pueda”.
Eva Martín,
madrileña de 13 años, está de acuerdo con Ávila. Ella juega a
Minecraft en el ordenador, usa “mucho”
Facebook y Twitter, pero
también lee casi todas las noches un libro en la cama. “Tengo
tiempo para leer y para comunicarme por
WhatsApp. Son cosas
distintas. Me gusta hundirme en la lectura. Ahora estoy leyendo Las
lágrimas de Shiva, que es misteriosa e interesante. Me lo han pedido
en el colegio. Y he escrito un cuento de 28 páginas de un niño que
encuentra un anillo mágico, que es la puerta a una casa muy
extraña”.
¿Se nota el cambio en los institutos? Según
Amparo Torralbo, profesora de Lengua y Literatura en el IES
Joaquín
Araujo, de Fuenlabrada, se nota el cambio en su manera de escribir.
“Me acuerdo de la primera vez que vi ‘catalán’ escrito con k.
¡Hay que ser burro!, pensé. Vemos errores gordísimos que pueden
deberse a las nuevas tecnologías y veo que afecta a los chicos, a su
expresión, porque te plantan una abreviatura enseguida”. En
cambio, mantienen el nivel de lectura, afirma esta profesora. “Leen
lo mismo que antes, pero de otra manera, se lo descargan en vez de
comprar el libro físicamente. Cambian el soporte. Pero que lean o no
depende más de sus gustos e intereses. Aunque muchos tienen una
dependencia total del móvil”.
Torralbo tiene un hijo adolescente
al que le encanta jugar con la videoconsola y, como muchos padres, le
ha puesto límites: solo puede usarla el fin de semana.
Adriana
Díaz, cacereña de 24 años, lee directamente desde su móvil. “Se
ve peor que en papel, pero… Es una novela ligera tipo Cincuenta
sombras de Grey que me recomendaron”. Díaz
aporta
otra pista: confiesa que le cuesta ver una película entera. “Es
que son dos horas, se me hace difícil mantener la atención… Una
serie se me pasa más rápido. Creo que hemos perdido la capacidad de
concentrarnos. Todo se ha vuelto más rápido, más en pequeñas
píldoras”.
José Antonio Luengo, psicólogo educativo,
imparte clases de Técnicas de Comunicación en Educación en la
Camilo José Cela y dice que, aunque la creencia generalizada es que
vamos a peor, él no lo cree. “Es cierto que nuestros chicos pasan
mucho tiempo enganchados a las pantallas y a las tabletas.
Básicamente están desarrollando procedimientos de comunicación
diferentes a los ordinarios, pero que también son importantes. Lo
importante, lo que debemos estudiar, es si en la escuela se introduce
y se trabaja de forma eficaz la interpretación de textos y la
escritura en formato digital. Es importante que sigan manejando el
libro en papel y de esto depende que en educación primaria lean
textos y hagan resúmenes. Eso se hace y se va a seguir haciendo en
la escuela”.
No hay que mirar hacia otro lado porque los
adolescentes viven en la era digital y se comunican con todo el
mundo, opina
Luengo. El experto cree que
las
escuelas tienen un reto, que es enseñarles habilidades para la
lectura digital. “El profesor tiene que saber que hay una serie
de habilidades que él puede aprender. Esa es una asignatura que
tiene el docente también para la que no estamos suficientemente
formados”. A pesar de todo,
Luengo cree que el cambio no está
afectando a la capacidad de lectura de los más jóvenes. “Sí
están leyendo, aunque sea en el
Facebook, están adquiriendo las
claves de la lectura. Yo creo que nuestros chicos cuando elaboran un
texto o hacen un comentario están poniendo negro sobre blanco sus
ideas. Lo que sucede es que en la lectura en pantalla, la lectura
profunda es incompleta. El problema es que pasamos demasiado tiempo
en ese tipo de lectura y dedicamos menos a la más sosegada. La
captura no es la misma cuando lees una página en papel sin
interrupciones. En la lectura digital hay una cierta dispersión. Vas
de una pantalla a otra, el texto te lleva a un vídeo y luego a un
mapa, y la concentración es menor, aunque la cantidad de lectura es
mayor”.
Según los expertos, hay un nuevo fenómeno que
afecta cada vez a más personas: la atención parcial continua. Es lo
que sucede cuando pasamos mucho tiempo ante una pantalla, “que
estamos pendientes de muchas cosas, pero sin llegar a solidificar
nada”, describe
Luengo. “Algo así como ‘el que mucho abarca
poco aprieta”. Para luchar contra el fenómeno, cree que debemos
buscar un equilibrio. “El libro en papel nos permite una vida
interior que es indispensable vivir y que no es tan fácil de
experimentar cuando se está ante una pantalla que permite ir de un
sitio a otro. Hay que equilibrar el abordaje de los textos. Porque la
incapacidad que estamos observando en los alumnos les impide tener
ese mundo interior. Es importante que interpreten bien lo que leen.
Les digo, pinchad y leed, pero volved a la página original y haced
anotaciones de lo que habéis leído”.
Isidro Moreno,
profesor de Tecnologías de la Información y la Comunicación en la
Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid,
incluye una nueva referencia: el conocimiento puzle. “Internet y
todos los dispositivos móviles hacen que los jóvenes interpreten el
mundo mediados por las tecnologías, se crea un conocimiento puzzle o
una sociedad mosaico. Mis alumnos manejan los medios con bastante
soltura, pero se quedan solo en la parte externa de los medios, no
profundizan. No les da tiempo, nadie les ha preparado y los
profesores no estamos preparados en ver qué hay detrás”. “Todo
esto va en detrimento de la lectura clásica, tradicional”,
continúa
Moreno. “Pero nos falta tiempo y sosiego para sentarnos y
leer. Y cuando a los más jóvenes se lo facilitas, lo hacen, pero
hay que facilitar que se dé esa situación y crearles la necesidad.
Por suerte la gente joven es muy lista”.
En la
Fundación
Sánchez Ruipérez han hecho varios estudios (en los que han
participado 300 personas) sobre el impacto de la lectura digital en
menores y adultos. “Desde 2008 defiendo que lo digital va a cambiar
la forma de leer”, dice
Luis González, director de la fundación,
que explica sus conclusiones: “Esta fundación cree que lo
importante no es obsesionarse con cuánto leen las personas. Todos
los estudios que manejamos nos dicen que los niños leen más ahora
que los de hace 10, 20 y 30 años, tanto en número de libros como en
frecuencia. La gente que maneja libros electrónicos dedica más
tiempo a leer que antes. Luego, en el caso de las tabletas hay otro
componente positivo y es que conecta unos con otros, al contrario de
los libros confinados. La desventaja es que, al tener Internet en la
tableta, me salen comunicaciones continuamente y me despisto. A
partir de ahora vamos a tener varios tipos de lecturas: una lectura
de navegación muy superficial y esa forma de ojear se va a trasladar
a la lectura de libros digitales. Y luego va a haber una lectura más
pausada”.
González recuerda la primera vez que leyó en un
Kindle: “Subrayé una frase y el aparato me informó de que 17
personas en el mundo habían subrayado la misma frase. Me pareció
muy potente e inquietante”. Él también alude a la necesidad de
buscar un equilibrio. “La lectura profunda es fundamental porque te
genera una capacidad de abstracción mucho mayor, te obliga a
mantener un concepto a lo largo de muchas páginas. Si nos dedicamos
solo al pimpam pimpam, nos devaluamos como lectores. Yo ahora me
defino como un lector posdigital. Personas que hemos asumido esto y
nos reencontramos con la lectura en verano y nos entregamos a una
lectura más lujosa y placentera que cuando solo teníamos el papel”.